Hace mucho
tiempo, en una aldea lejana, vivían un anciano y una anciana, que nunca
habían podido tener hijos y por eso se sentían muy solos y tristes.
Un día, mientras el anciano recogía leña en la montaña, la anciana fue
al río a lavar la ropa. Al cabo de un rato observó que por el río
descendía un extraño objeto que le llamó mucho la atención. Sorprendida,
comprobó que era un melocotón gigante, el más grande que había visto
nunca. Lo sacó del agua y lo llevó a su casa, pensando dárselo a su
marido para cenar.
Al llegar a casa el anciano, la mujer le dijo:
"Mira que melocotón tan grande y hermoso he traído para tu cena".
Y el anciano respondió:
"Córtalo por la mitad, y nos lo comeremos entre los dos".
La mujer fue a la cocina, trajo un gran cuchillo, y se disponía a
partir el melocotón en dos mitades, cuando de repente, se oyó una voz
humana desde su interior.
"¡Esperad, por favor! ¡No me cortéis!"
Ante al asombro de los dos ancianos, el melocotón comenzó a abrirse lentamente por sí solo, y de su interior salió un niño.
"No os asustéis", les dijo el niño. "El Dios de los cielos vio lo
solos que estábais, y ha decidido enviarme a mi ante vosotros para ser a
partir de ahora vuestro hijo".
El anciano y la anciana, con gran alegría, adoptaron al niño, y como había nacido de un melocotón, decidieron llamarle Momotarô ( 桃太郎 ).
Naturalmente, se sintieron muy complacidos y felices de poder criar por
fin al niño que siempre habían deseado tener, y le educaron para que
llegase a ser un buen muchacho.
Pasó el tiempo, y un día, cuando Momotarô cumplió los 19 años, se
acercó a sus padres adoptivos y les habló de la siguiente manera:
"Padre, madre, habéis sido muy amables conmigo y me habéis cuidado muy
bien. Ahora que me he hecho mayor, debo agradecéroslo de alguna forma. A
lo lejos, en algún lugar del océano, se encuentra la Isla de los Ogros.
Allí viven muchos ogros malvados que a menudo vienen a las aldeas de
los alrededores para robar a la gente. He decidido ir a esa isla y
acabar con los ogros. Por favor, padre, dame tu permiso".
El
anciano, con una mezcla de sorpresa y orgullo, dio su permiso a
Momotarô. Entre él y la anciana le ayudaron a prepararse con todo lo
que necesitaba para el viaje. Le dieron una espada, una armadura y
provisiones. Momotarô se puso en camino, no sin antes prometer a sus
padres que volvería sano y salvo.
Durante
su viaje camino del mar, Momotarô se encontró con un perro de pelaje
moteado. Al principio el animal se mostró muy agresivo, empezó a gruñir y
a amenazar con lanzarse a morderle, pero nuestro protagonista le
ofreció un poco de comida, y le explicó que se dirigía a la Isla de los
Ogros. Entonces el perro decidió unirse a él.
Momotarô,
acompañado por el perro, siguió su camino, y más adelante se encontraron
con un mono. El perro y el mono se enfrentaron y estaban a punto de
pelearse, pero Momotarô intervino de nuevo y le explicó al mono el
motivo de su viaje. El animal preguntó entonces si podía acompañarles, a
lo que el chico dijo que sí y le ofreció un poco de comida. El mono
decidió acompañar a Momotarô y al perro en su largo y peligroso viaje.
Los
tres siguieron andando, y más adelante, vieron un faisán. El perro y el
mono se disponían a atacarle, pero cuando el faisán se enteró que se
dirigían a acabar con los ogros, preguntó si podía acompañarlos.
Momotarô le dió un poco de comida y el faisán se unió al grupo.
Durante
el viaje, con Momotarô al mando, el perro moteado, el mono y el faisan,
tres animales que normalmente no se llevan bien unos con otros,
acabaron por hacerse buenos amigos. Recorrieron un largo camino hasta
que finalmente llegaron al mar. Momotarô construyó una barca, con la que
cruzaron el mar en dirección a la Isla de los Ogros. Al avistar la
isla, observaron que estaba fuertemente protegida por una fortaleza y
vigilada por muchos ogros rojos, azules y negros.
El
faisán voló sobre la fortaleza y comenzó a atacar a los ogros
guardianes, propinándoles fuertes picotazos en la cabeza. Éstos
intentaron golpearlo con sus garrotes, pero el faisán era demasiado
rápido y lograba esquivar todos los golpes. Mientras los ogros estaban
distraídos, el mono se coló en la fortaleza y abrió la puerta desde
dentro. Entonces Momotarô y el perro entraron y se unieron a la lucha.
La batalla fue larga y cruenta. El faisán atacaba a los ogros
picándoles en la cabeza y los ojos, el mono les arañaba, el perro les
mordía y Momotarô les atacaba con su afilada espada. A pesar de que eran
muchos más, los ogros acabaron dando por perdida la batalla ante la
fuerza y agilidad de sus rivales, y se rindieron arrodillándose a los
pies de Momotarô, al que prometieron dejar de ser malvados a partir de
entonces. Seguidamente le entregaron el tesoro que tenían guardado.
El tesoro contenía grandes cantidades de oro y plata, una capa y un
sombrero de invisibilidad, e incluso un martillo mágico, que hacía
aparecer monedas de oro cada vez que era golpeado contra el suelo.
Momotarô y sus amigos animales cargaron el tesoro en la barca y
regresaron a casa, donde en compañía de los dos ancianos, vivieron
felices y en la abundancia.
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